A veces decidimos luchar guerras de verdad y fantasía para hacerle frente a la vida. Guerras por las que creemos que valdrá la pena la existencia para conseguir los trofeos del amor, el éxito y la auto-realización.
Muchas esas guerras no saben ver que la victoria, los trofeos, son muchas veces erróneas construcciones de la imaginación que no están.
Ame mucho a una mujer en la soledad de mi cuarto, luche por seguir queriéndola muchos años y aún el residuo sigue ahí, pero es muy posible que de haber triunfado tarde o temprano no hubiera funcionado y todos esos años de romántica lucha se hubieran ido vacíos a ninguna parte, que detrás del dolor solo se escondiera más dolor y que yo rebelde e intolerante contra el, no lo hubiera aceptado.
Sin embargo había que luchar, uno tiene que plantearse unos objetivos, levantarse por la mañana y luchar por ellos, una y otra vez. Si no, ¿de que vale la vida? ¿para que una vida en la que no lanzarse? al amor, a los ideales y proyectos soñados.
Me siento orgulloso de mi valentía aunque me conduzca a la derrota, de que siempre encaro el dolor y la perdida y la supero aunque deje en mi cicatrices en forma de diálogos.
La vida de las personas es la construcción de un diálogo, los más pobres se quedan atascados en las primeras palabras, los más lanzados avanzan con el tiempo, profundizan hasta las simas de la tierra, hasta lo más profundo, donde es más oscuro. Se lanzan con una pequeña llama en forma de candelabro como única compañera que en las peores horas se hace pequeña y se revuelve bella contra la oscuridad, buscando esas cosas que buscan los humanos, un sentido.
Yo siempre he tenido sentido, sigo hablando conmigo y el resto, haciendo diálogo para llegar a algún sitio y los lugares equivocados a los que llegue serán lecciones para buscar más profundo algunas razones por las que vivir.
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