Navidad es familia y amistad, el resto, aire. Los huecos que han dejado y los que se han llenado, somos de los que nos hicieron y nuestra responsabilidad es construir lazos con bondad y cariño hasta que no estemos.
A mi abuela Merce y a mi abuelo Alberto a los que os he perdido en estos dos años de pandemia y no os he podido disfrutar en los últimos momentos de vuestras vidas todo lo que hubiera querido.
Estaís y estareís siempre en mi, en gestos involuntarios en el eco educacional, soís la luz otorgada de la que vengo, vuestra energía se repite en mi y en el resto de los familiares que nos hemos quedado aquí recordándoos y replicándoos como un eco incompleto.
Tengo que admitir que me está costando, que tengo pesadillas y que no estoy acostumbrado a la muerte, es una lección a la que he llegado tarde, a la que sobreviví entre algodones en general.
Lo peor no son los velatorios, lo peor es caminar cojo, perder los ídolos, estar debil, susceptible, sensible y que te cueste manejar el timón.
Como con el corazón roto, es de nuevo coger los cachitos y sentarse como un niño a juntar los trocitos, así hasta el final.
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