Pronuncio su propio nombre en voz alta al igual que solía hacerlo ella, la única que siempre lo llamó asi. Esas letras eran un símbolo de la destrozada patria común que en otro tiempo, ambos desearon compartir. Centró Corso la atención en la brasa del cigarrillo, roja en la oscuridad. Había creido amar mucho a Nikon, antes. Cuando la encontraba bella e inteligente, infalible como una encíclica pontificia, apasionada igual que sus fotografías en blanco y negro: niños de ojos grandes, ancianos, chuchos de mirada fiel. Cuando la veía defender la libertad de los pueblos y firmar manifiestos a favor de los intelectuales encarcelados, las etnias oprimidas y cosas así. También de las focas. Una vez había conseguido que firmase algo sobre las focas.
Se levantó despacio de la cama para no despertar al fantasma que dormía a su lado, acechando al ritmo de una respiración que a veces imaginaba escuchar de veras. ``Estas muerto como tus libros. Jamás quisiste a nadie, Corso``. Esa fue la primera y última vez que ella pronuncio sólo su apellido, la última y primera vez que le negó su cuerpo antes de marcharse para siempre.
Nunca me digas eso, porfavor, no podría soportar estar muerto, aunque tengo mis aterradoras sospechas.
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