sábado, 28 de diciembre de 2013
martes, 24 de diciembre de 2013
El nombre del viento
Extracto 1
Esa noche, estaba tocando el laúd en Anker's cuando vi a una hermosa muchacha sentada ante una de las abarrotadas mesas del fondo. Se parecía mucho a Denna, pero yo sabía que eso no era más que una fantasía mía. Tenía tantas ganas de verla que llevaba días creyendo hacerlo.
Volvía mirar y...
Era Denna. Estaba coreando «Las hijas del arriero» con la mitad de los clientes de Anker's. Vio que la estaba mirando y me saludó con la mano.
Su aparición me pilló tan por sorpresa que me olvidé por completo de lo que estaban haciendo mis dedos y la canción se vino abajo. Todos rieron, y yo hice una solemne reverencia para disimular mi bochorno. El público me aplaudió y me abucheó a partes iguales durante cerca de un minuto, disfrutando de mi fracaso más de lo que había disfrutado de la canción en sí. Así somos los humanos.
Esperé a que el público dejara de prestarme atención y me dirigí, con aire despreocupado, a donde estaba sentada Denna.
Ella se levantó para saludarme.
—Me enteré de que tocabas en esta orilla del río —dijo—. Pero no sé cómo conservas el empleo si te vienes abajo cada vez que una chica te guiña el ojo.
Me ruboricé un poco.
—No me pasa muy a menudo.
—¿Que te guiñen el ojo o que te vengas abajo?
No se me ocurrió qué contestar, y noté que me ponía aún más rojo. Denna rió yme preguntó:
—¿Cuánto rato vas a tocar esta noche?
—No mucho —mentí. Le debía como mínimo otra hora a Anker.
El rostro de Denna se iluminó.
—Estupendo. Ven a buscarme después. Necesito a alguien con quien pasear.
Sin poder creer la suerte que había tenido, hice una reverencia.
—Como tú digas. Déjame terminar. —Fui a la barra, donde Anker y dos camareras se afanaban sirviendo bebidas.
Como Anker no me veía, lo agarré por el delantal cuando pasó a mi lado. Se paró en seco y estuvo a punto de derramar una bandeja de bebidas sobre la mesa de unos clientes.
—Por los dientes de Dios, chico. ¿Qué te pasa?
—Tengo que marcharme, Anker. Esta noche no puedo quedarme hasta la hora del cierre.
Anker puso mala cara.
—No todos los días tenemos tanta gente. Y no van a quedarse si no les cantan algo para entretenerlos.
—Tocaré una canción más. Una larga. Pero luego tengo que irme. —Lo miré con cara de desesperación—. Te juro que te compensaré.
------------------------------------------------------------------------
En mi habitación. —Moviéndome con agilidad, trepé por la pared de la taberna: pie derecho en el barril de agua de lluvia, pie izquierdo en el alféizar de la ventana, mano izquierda en el bajante de hierro... y llegué al borde del tejado del primer piso. Salté al otro lado del callejón, hasta el tejado de la panadería, y sonreí cuando Denna dio un grito ahogado. Di unos pasos y volví a saltar el callejón hasta el tejado del segundo piso de Anker's. Hice saltar el cierre de mi ventana, entré por ella y dejé el laúd encima de la cama; luego volví sobre mis pasos.
—¿Te cobra Anker un penique cada vez que subes por la escalera? —me preguntó Denna cuando ya me acercaba al suelo.
Salté del barril de agua y me limpié las manos en los pantalones.
—Entro y salgo a horas intempestivas —expliqué con naturalidad cuando llegué a su lado—. Bueno, a ver si lo he entendido bien. ¿Buscas a un caballero para que te lleve a pasear esta noche?
Denna compuso una sonrisa y me miró de soslayo.
—Sí, más o menos.
—Qué mala suerte —dije con un suspiro—. Porque yo no soy ningún caballero.
La sonrisa de Denna se ensanchó.
—Pues a mí sí me lo pareces.
—Me gustaría parecerlo más.
—Pues llévame a pasear.
—Eso me complacería enormemente. Sin embargo... —Reduje un poco el paso más seria—. ¿Qué pasa con Sovoy?
—¿Ha reivindicado sus derechos sobre mí? —dijo ella borrando la sonrisa de sus labios.
—No, no es eso. Pero existen ciertos protocolos con relación a...
—¿Un acuerdo de caballeros? —preguntó ella con mordacidad.
—Más bien honor entre ladrones.
Denna me miró a los ojos.
—Kvothe —dijo, muy seria—, róbame. Hice una reverencia y un amplio ademán con el brazo.
—A sus órdenes. —Seguimos caminando; había luna, y su resplandor daba una apariciencia pálida y descolorida a las casas y las tiendas—. Por cierto, ¿cómo está Sovoy? Llevo días sin verlo.
Denna hizo un ademán para indicar que no quería pensar en él.
—Yo también. Y no será porque él no lo haya intentado. Me animé un poco.
—¿En serio? Denna puso los ojos en blanco.
—¡Rosas! Todos los hombres sacáis vuestro romanticismo del mismo libro trillado. Las flores son bonitas; no niego que sean un buen obsequio para una dama. Pero es que siempre regaláis rosas, siempre rojas, y siempre perfectas. De invernadero, si podéis conseguirlas. —Se volvió y me miró—. ¿Tú piensas en rosas cuando me ves?
La prudencia me hizo sonreír y negar con la cabeza.
—A ver, si no son rosas, ¿qué ves cuando me miras?
Estaba atrapado. La miré de arriba abajo una vez, como si intentara decidirme.
—Bueno... —dije—, no deberías ser tan dura con los hombres. Verás, escoger una flor que le vaya bien a una chica no es tan fácil como parece. Denna me escuchaba atentamente.
—El problema es que cuando le regalas flores a una chica, tu elección puede interpretarse de diferentes maneras. Un hombre podría regalarte una rosa porque te considera hermosa, o porque le gustan su color, su forma o su suavidad, que le recuerdan a tus labios. Las rosas son caras; al elegirlas, quizá quiera demostrarte que eres valiosa para él.
—Has defendido bien a las rosas —dijo Denna—. Pero resulta que a mí no me gustan. Elige otra flor que me pegue.
—Pero ¿qué pega y qué no pega? Cuando un hombre te regala una rosa, lo que tú ves quizá no sea lo que él pretende hacerte ver. Tal vez te imaginas que te ve como algo delicado y frágil. Quizá no te guste un pretendiente que te considera muy dulce y nada más. Quizá el tallo tenga espinas, y deduzcas que él piensa que podrías rechazar una mano demasiado rápida. Pero si corta las espinas, quizá pienses que no le gustan las mujeres que saben defenderse ellas solas. Las cosas pueden interpretarse de muchas formas —concluí
—. ¿Qué debe hacer un hombre prudente?
Denna me miró de reojo.
—Si ese hombre fueras tú, supongo que tejería palabras inteligentes y confiaría en que la pregunta quedara olvidada. —Ladeó la cabeza—. Pero no va a quedar olvidada. ¿Qué flor escogerías para mí?
—Está bien, déjame pensar. —Me volví y la miré; luego miré hacia otro lado—. Vamos a hacer una lista. Quizá diente de león: es radiante, y tú eres radiante. Pero el diente de león es una flor muy corriente, y tú no eres una persona corriente. De las rosas ya hemos hablado, y las hemos descartado. ¿Belladona? No. ¿Ortiga? Quizá...
Denna hizo como si se enfadara y me sacó la lengua.
Me di unos golpecitos en los labios, fingiendo cavilar.
—Tienes razón, solo te pega por la lengua.
Dio un resoplido y se cruzó de brazos.
—¡Avena loca! —exclamé, y Denna soltó una carcajada—. Es salvaje, y eso encaja contigo, pero es una flor pequeña y tímida. Por esa y por otras... —carraspeé— razones más obvias, creo que descartaremos también la avena loca.
—Una lástima —dijo Denna.
—La margarita también es bonita —proseguí sin dejar que Denna me distrajera—. Alta y esbelta, y crece en los márgenes de los caminos. Una flor sencilla, no demasiado delicada. La margarita es independiente. Creo que te pega... Pero continuemos. ¿Lirio? Demasiado llamativo. Cardo: demasiado distante. Violeta: demasiado escueta. ¿Trilio? Hmmm, podría ser. Una flor bonita. No se deja cultivar. La textura de los pétalos... —realicé el movimiento más atrevido de mi corta vida y le acaricié suavemente el cuello con dos dedos— es lo bastante suave para estar a la altura de tu piel. Casi. Pero crece demasiado a ras del suelo.
—Has compuesto todo un ramillete —dijo ella con dulzura. Inconscientemente, se llevó una mano al cuello, al sitio donde yo la había tocado; la dejó allí un instante y luego la dejó caer.
¿Buena o mala señal? ¿Estaba borrando mi roce o reteniéndolo? La incertidumbre se apoderó de mí y decidí no correr más riesgos. Me paré y dije:
—Flor de selas.
Denna se paró también y se volvió para mirarme.
—¿Tanto pensar y eliges una flor que no conozco? ¿Qué es una flor de selas? ¿Por qué?
—Es una planta trepadora, fuerte, que da flores de color rojo intenso. Las hojas son oscuras y delicadas. Crecen mejor en sitios umbríos, pero la flor capta los pocos rayos de sol para abrirse. —La miré—. Te pega. En ti también hay sombras y luz. La selas crece en los bosques, y no se ven muchas, porque solo la gente muy hábil sabe cuidarla sin hacerle daño. Tiene una fragancia maravillosa. Muchos la buscan, pero cuesta encontrarla. —Hice una pausa y escudriñé el rostro de Denna—. Sí. Ya que estoy obligado a elegir, elijo la selas.
Denna me miró; luego apartó la vista.
—Me sobrevaloras.
Sonreí.
—¿No será que tú te infravaloras?
Denna atrapó un trozo de mi sonrisa y me lo devolvió, destellante.
—Te has acercado más antes. Margaritas: dulces y sencillas. Las margaritas son la clave para conquistar mi corazón.
—Lo recordaré. —Seguimos andando—. Y a mí, ¿qué flor me regalarías? —le pregunté con la intención de pillarla desprevenida.
—Una flor de sauce —contestó ella sin vacilar ni un segundo.
Cavilé un buen rato.
¿Los sauces dan flores?
Denna miró hacia arriba y hacia un lado, pensando.
—Me parece que no.
—Entonces, es un regalo muy raro —dije riendo—. ¿Por qué una flor de sauce?
—Porque me recuerdas a un sauce —respondió ella con naturalidad—. Fuerte, bien enraizado y oculto. Te mueves con facilidad cuando llega la tormenta, pero nunca vas más lejos de donde quieres llegar.
Levanté ambas manos, como si rechazara un golpe.
—No me digas palabras tan dulces —protesté—. Lo que quieres es que ceda a tu voluntad, pero no lo conseguirás. ¡Tus halagos no son para mí más que viento!
Denna se quedó mirándome, como si quisiera asegurarse de que había terminado mi diatriba.
—De entre todos los árboles —dijo esbozando una sonrisa con sus elegantes labios—, el sauce es el que más se mueve según los deseos del viento.
La posición de las estrellas me indicaba que habían pasado cinco horas. Pero parecía que no hubiera transcurrido el tiempo cuando llegamos al Remo de Roble, la posada de Imre donde se alojaba Denna. En la puerta hubo un momento que duró una hora, durante el cual me planteé besarla. Había estado tentado de hacerlo una docena de veces en el camino, mientras hablábamos: cuando nos detuvimos en el Puente de Piedra para contemplar el río, iluminado por la luna; bajo un tilo de uno de los parques de Imre...
En esos momentos había sentido que surgía una tensión entre nosotros, algo casi tangible. Denna esbozaba su misteriosa sonrisa y me miraba sin mirarme, con la cabeza ligeramente ladeada; y me rondaba la sospecha de que debía de estar esperando que yo hiciera... algo. ¿Rodearla con el brazo? ¿Besarla? ¿Cómo iba a saberlo? ¿Cómo podía estar seguro?
No podía. Así que resistí la atracción. No quería dar demasiado por hecho; no quería ofenderla ni ponerme en ridículo. Es más, la advertencia de Deoch me había hecho dudar. Quizá lo que yo sentía no fuera más que el encanto natural de Denna, su carisma.
Como todos los chicos de mi edad, yo era un idiota en materia de mujeres. Lo que me diferenciaba de los demás era que yo era dolorosamente consciente de mi ignorancia, mientras que otros, como Simmon, iban dando tumbos, poniéndose en ridículo con su inexperto galanteo. Me atormentaba pensar que Denna pudiera reírse de mi torpeza si le hacía una insinuación inoportuna. No hay nada que odie más que hacer las cosas mal.
Así que me despedí y la vi entrar por la puerta lateral del Remo de Roble. Respiré hondo y tuve que controlarme para no reír a carcajadas ni ponerme a bailar. Estaba impregnado de ella, del olor del viento en su cabello, del sonido de su voz, de las sombras que la luz de la luna dibujaba en su cara.
Entonces, poco a poco, fui bajando a la tierra. No había dado ni seis pasos cuando me desinflé como una vela cuando deja de soplar el viento. Mientras recorría las calles de la ciudad, pasando por delante de casas dormidas y oscuras posadas, mi estado de ánimo pasó de la euforia a la duda en lo que se tarda en respirar tres veces.
Lo había estropeado todo. Todo lo que había dicho, y que en su momento me había parecido tan inteligente, era en realidad lo peor y lo más delirante que se podía decir. Denna ya estaba en su habitación, respirando de alivio por haberse librado, por fin, de mí. Pero me había sonreído. Se había reído.
Denna no había recordado nuestro primer encuentro en el camino de Tarbean. Eso significaba que no había dejado ninguna huella en ella.
«Róbame», me había dicho.
Debí ser más atrevido y besarla. Debí ser más prudente. Había hablado en exceso. No había dicho lo suficiente.
Extracto 2
Porque siempre que Denna me veía se encendía una luz en su interior. Se levantaba de un brinco corría hacia mi y me agarraba por el brazo. Entonces, sonriente, me llevaba a su mesa y me presentaba a su último acompañante.
Acabe por conocerlos a casi todos. Ninguno era lo bastante bueno para ella, asi que yo los despreciaba y los odiaba. Ellos, a su vez, me odiaban y me temían.
Pero eramos cordiales y educados, era una especie de juego. El tipo me invitaba a sentarme, y yo le invitaba a una copa. Nos poníamos a hablar los tres, y los ojos de el iban oscureciéndose poco a poco al ver que Denna me sonreía. Su boca se estrechaba cuando oía la risa que brotaba de ella cuando yo bromeaba, contaba historias, cantaba...
Todos esos tipos reaccionaban igual, tratando de demostrar mediante pequeños gestos que Denna les pertenecía: le cogían la mano, le deban un beso, le acariciaban distraidamente un hombro.
Se aferraban a ella con denuedo. A algunos sencillamente les molestaba mi presencia, porque me consideraban un rival. Pero otros tenían un miedo y certeza soterrados en la miradas desde el principio. Sabían que Denna se marcharía, y no sabían porque. De modo que se aferraban a ella como marineros naufragos que se agarran a las rocas pese a que las olas se estrellen con ellas.
Casi sentía lastima por ellos, casi.
Asi que ellos me odiaban y ese odio brillaba en sus ojos cuando Denna no miraba. Yo me ofrecía para pagar otra ronda pero ellos insistían, y yo aceptaba con elegancia y les daba las gracias y sonreía.
``Yo la conozco desde hace mas tiempo`` decía mi sonrisa.``si, tu has estado entre sus brazos, has probado el sabor de su boca, has sentido su calor, y eso es algo que yo nunca he tenido`` Pero hay una parte de ella que es solo para mi. Tu no puedes tocarla, y cuando te deje, yo seguire estando aquí, haciéndola reir. Y mi luz brillara en ella, Yo seguire estando aquí mucho después de que haya olvidado tu nombre.
Eran muchos. Denna los atravesaba como atraviesa una pluma el papel mojado. Los dejaba, decepcionada.
La vi llorar una o dos veces. Pero no por los hombres que había perdido, ni por los hombres a los que había abandonado.
Lloraba en silencio, por ella misma, porque había algo profundamente herido en su interior. Yo ignoraba que era, ni me atrevía a preguntárselo. Me limitaba a decir lo que podía para calmar su dolor y le ayudaba a cerrar los ojos para rehuir la realidad.
A veces hablaba de Denna con Wilem y Simmon. Como eran verdaderos amigos ellos me daban consejos sensatos y me ofrecían su comprensión, mas o menos a partes iguales. La comprensión la agradecía, pero sus consejos eran inútiles, o algo peor. Me empujaban hacia la verdad, me instaban a abrirle mi corazón a Denna. A perseguirla. A escribirle poemas, a enviarle rosas.
Rosas, ellos no la conocían. Pese a que yo los odiaba, los amigos de Denna me enseñaron una lección que, de otra forma, quizá nunca hubiera aprendido.
Lo que no entiendes. Le explique a Simmon una tarde que estábamos sentados en el poste del banderín es que los hombres se enamoran continuamente de Denna ¿te imaginas lo que eso supone para ella? ¿lo tedioso que resulta? Yo soy uno de los pocos amigos que tiene. No quiero arriesgarme a perder eso. No voy a convertirme en uno mas de los cientos de pretendientes de mirada lánguida que se pasan el día persiguiéndola como un borrego enamorado.
Mira no entiendo que ves en ella- dijo Sim escogiendo sus palabras con cuidado. Ya se que es encantadora, fascinante y demás, pero parece... vacilo un momento-cruel.
Asentí
Es que lo es.
Pero ¿como? no vas a defenderla?
No. Cruel es un buen calificativo para Denna. Pero creo que cuando dices cruel, tu quieres decir otra cosa. Denna no es mala, ni retorcida, ni rencorosa. Es cruel.
Esa noche, estaba tocando el laúd en Anker's cuando vi a una hermosa muchacha sentada ante una de las abarrotadas mesas del fondo. Se parecía mucho a Denna, pero yo sabía que eso no era más que una fantasía mía. Tenía tantas ganas de verla que llevaba días creyendo hacerlo.
Volvía mirar y...
Era Denna. Estaba coreando «Las hijas del arriero» con la mitad de los clientes de Anker's. Vio que la estaba mirando y me saludó con la mano.
Su aparición me pilló tan por sorpresa que me olvidé por completo de lo que estaban haciendo mis dedos y la canción se vino abajo. Todos rieron, y yo hice una solemne reverencia para disimular mi bochorno. El público me aplaudió y me abucheó a partes iguales durante cerca de un minuto, disfrutando de mi fracaso más de lo que había disfrutado de la canción en sí. Así somos los humanos.
Esperé a que el público dejara de prestarme atención y me dirigí, con aire despreocupado, a donde estaba sentada Denna.
Ella se levantó para saludarme.
—Me enteré de que tocabas en esta orilla del río —dijo—. Pero no sé cómo conservas el empleo si te vienes abajo cada vez que una chica te guiña el ojo.
Me ruboricé un poco.
—No me pasa muy a menudo.
—¿Que te guiñen el ojo o que te vengas abajo?
No se me ocurrió qué contestar, y noté que me ponía aún más rojo. Denna rió yme preguntó:
—¿Cuánto rato vas a tocar esta noche?
—No mucho —mentí. Le debía como mínimo otra hora a Anker.
El rostro de Denna se iluminó.
—Estupendo. Ven a buscarme después. Necesito a alguien con quien pasear.
Sin poder creer la suerte que había tenido, hice una reverencia.
—Como tú digas. Déjame terminar. —Fui a la barra, donde Anker y dos camareras se afanaban sirviendo bebidas.
Como Anker no me veía, lo agarré por el delantal cuando pasó a mi lado. Se paró en seco y estuvo a punto de derramar una bandeja de bebidas sobre la mesa de unos clientes.
—Por los dientes de Dios, chico. ¿Qué te pasa?
—Tengo que marcharme, Anker. Esta noche no puedo quedarme hasta la hora del cierre.
Anker puso mala cara.
—No todos los días tenemos tanta gente. Y no van a quedarse si no les cantan algo para entretenerlos.
—Tocaré una canción más. Una larga. Pero luego tengo que irme. —Lo miré con cara de desesperación—. Te juro que te compensaré.
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En mi habitación. —Moviéndome con agilidad, trepé por la pared de la taberna: pie derecho en el barril de agua de lluvia, pie izquierdo en el alféizar de la ventana, mano izquierda en el bajante de hierro... y llegué al borde del tejado del primer piso. Salté al otro lado del callejón, hasta el tejado de la panadería, y sonreí cuando Denna dio un grito ahogado. Di unos pasos y volví a saltar el callejón hasta el tejado del segundo piso de Anker's. Hice saltar el cierre de mi ventana, entré por ella y dejé el laúd encima de la cama; luego volví sobre mis pasos.
—¿Te cobra Anker un penique cada vez que subes por la escalera? —me preguntó Denna cuando ya me acercaba al suelo.
Salté del barril de agua y me limpié las manos en los pantalones.
—Entro y salgo a horas intempestivas —expliqué con naturalidad cuando llegué a su lado—. Bueno, a ver si lo he entendido bien. ¿Buscas a un caballero para que te lleve a pasear esta noche?
Denna compuso una sonrisa y me miró de soslayo.
—Sí, más o menos.
—Qué mala suerte —dije con un suspiro—. Porque yo no soy ningún caballero.
La sonrisa de Denna se ensanchó.
—Pues a mí sí me lo pareces.
—Me gustaría parecerlo más.
—Pues llévame a pasear.
—Eso me complacería enormemente. Sin embargo... —Reduje un poco el paso más seria—. ¿Qué pasa con Sovoy?
—¿Ha reivindicado sus derechos sobre mí? —dijo ella borrando la sonrisa de sus labios.
—No, no es eso. Pero existen ciertos protocolos con relación a...
—¿Un acuerdo de caballeros? —preguntó ella con mordacidad.
—Más bien honor entre ladrones.
Denna me miró a los ojos.
—Kvothe —dijo, muy seria—, róbame. Hice una reverencia y un amplio ademán con el brazo.
—A sus órdenes. —Seguimos caminando; había luna, y su resplandor daba una apariciencia pálida y descolorida a las casas y las tiendas—. Por cierto, ¿cómo está Sovoy? Llevo días sin verlo.
Denna hizo un ademán para indicar que no quería pensar en él.
—Yo también. Y no será porque él no lo haya intentado. Me animé un poco.
—¿En serio? Denna puso los ojos en blanco.
—¡Rosas! Todos los hombres sacáis vuestro romanticismo del mismo libro trillado. Las flores son bonitas; no niego que sean un buen obsequio para una dama. Pero es que siempre regaláis rosas, siempre rojas, y siempre perfectas. De invernadero, si podéis conseguirlas. —Se volvió y me miró—. ¿Tú piensas en rosas cuando me ves?
La prudencia me hizo sonreír y negar con la cabeza.
—A ver, si no son rosas, ¿qué ves cuando me miras?
Estaba atrapado. La miré de arriba abajo una vez, como si intentara decidirme.
—Bueno... —dije—, no deberías ser tan dura con los hombres. Verás, escoger una flor que le vaya bien a una chica no es tan fácil como parece. Denna me escuchaba atentamente.
—El problema es que cuando le regalas flores a una chica, tu elección puede interpretarse de diferentes maneras. Un hombre podría regalarte una rosa porque te considera hermosa, o porque le gustan su color, su forma o su suavidad, que le recuerdan a tus labios. Las rosas son caras; al elegirlas, quizá quiera demostrarte que eres valiosa para él.
—Has defendido bien a las rosas —dijo Denna—. Pero resulta que a mí no me gustan. Elige otra flor que me pegue.
—Pero ¿qué pega y qué no pega? Cuando un hombre te regala una rosa, lo que tú ves quizá no sea lo que él pretende hacerte ver. Tal vez te imaginas que te ve como algo delicado y frágil. Quizá no te guste un pretendiente que te considera muy dulce y nada más. Quizá el tallo tenga espinas, y deduzcas que él piensa que podrías rechazar una mano demasiado rápida. Pero si corta las espinas, quizá pienses que no le gustan las mujeres que saben defenderse ellas solas. Las cosas pueden interpretarse de muchas formas —concluí
—. ¿Qué debe hacer un hombre prudente?
Denna me miró de reojo.
—Si ese hombre fueras tú, supongo que tejería palabras inteligentes y confiaría en que la pregunta quedara olvidada. —Ladeó la cabeza—. Pero no va a quedar olvidada. ¿Qué flor escogerías para mí?
—Está bien, déjame pensar. —Me volví y la miré; luego miré hacia otro lado—. Vamos a hacer una lista. Quizá diente de león: es radiante, y tú eres radiante. Pero el diente de león es una flor muy corriente, y tú no eres una persona corriente. De las rosas ya hemos hablado, y las hemos descartado. ¿Belladona? No. ¿Ortiga? Quizá...
Denna hizo como si se enfadara y me sacó la lengua.
Me di unos golpecitos en los labios, fingiendo cavilar.
—Tienes razón, solo te pega por la lengua.
Dio un resoplido y se cruzó de brazos.
—¡Avena loca! —exclamé, y Denna soltó una carcajada—. Es salvaje, y eso encaja contigo, pero es una flor pequeña y tímida. Por esa y por otras... —carraspeé— razones más obvias, creo que descartaremos también la avena loca.
—Una lástima —dijo Denna.
—La margarita también es bonita —proseguí sin dejar que Denna me distrajera—. Alta y esbelta, y crece en los márgenes de los caminos. Una flor sencilla, no demasiado delicada. La margarita es independiente. Creo que te pega... Pero continuemos. ¿Lirio? Demasiado llamativo. Cardo: demasiado distante. Violeta: demasiado escueta. ¿Trilio? Hmmm, podría ser. Una flor bonita. No se deja cultivar. La textura de los pétalos... —realicé el movimiento más atrevido de mi corta vida y le acaricié suavemente el cuello con dos dedos— es lo bastante suave para estar a la altura de tu piel. Casi. Pero crece demasiado a ras del suelo.
—Has compuesto todo un ramillete —dijo ella con dulzura. Inconscientemente, se llevó una mano al cuello, al sitio donde yo la había tocado; la dejó allí un instante y luego la dejó caer.
¿Buena o mala señal? ¿Estaba borrando mi roce o reteniéndolo? La incertidumbre se apoderó de mí y decidí no correr más riesgos. Me paré y dije:
—Flor de selas.
Denna se paró también y se volvió para mirarme.
—¿Tanto pensar y eliges una flor que no conozco? ¿Qué es una flor de selas? ¿Por qué?
—Es una planta trepadora, fuerte, que da flores de color rojo intenso. Las hojas son oscuras y delicadas. Crecen mejor en sitios umbríos, pero la flor capta los pocos rayos de sol para abrirse. —La miré—. Te pega. En ti también hay sombras y luz. La selas crece en los bosques, y no se ven muchas, porque solo la gente muy hábil sabe cuidarla sin hacerle daño. Tiene una fragancia maravillosa. Muchos la buscan, pero cuesta encontrarla. —Hice una pausa y escudriñé el rostro de Denna—. Sí. Ya que estoy obligado a elegir, elijo la selas.
Denna me miró; luego apartó la vista.
—Me sobrevaloras.
Sonreí.
—¿No será que tú te infravaloras?
Denna atrapó un trozo de mi sonrisa y me lo devolvió, destellante.
—Te has acercado más antes. Margaritas: dulces y sencillas. Las margaritas son la clave para conquistar mi corazón.
—Lo recordaré. —Seguimos andando—. Y a mí, ¿qué flor me regalarías? —le pregunté con la intención de pillarla desprevenida.
—Una flor de sauce —contestó ella sin vacilar ni un segundo.
Cavilé un buen rato.
¿Los sauces dan flores?
Denna miró hacia arriba y hacia un lado, pensando.
—Me parece que no.
—Entonces, es un regalo muy raro —dije riendo—. ¿Por qué una flor de sauce?
—Porque me recuerdas a un sauce —respondió ella con naturalidad—. Fuerte, bien enraizado y oculto. Te mueves con facilidad cuando llega la tormenta, pero nunca vas más lejos de donde quieres llegar.
Levanté ambas manos, como si rechazara un golpe.
—No me digas palabras tan dulces —protesté—. Lo que quieres es que ceda a tu voluntad, pero no lo conseguirás. ¡Tus halagos no son para mí más que viento!
Denna se quedó mirándome, como si quisiera asegurarse de que había terminado mi diatriba.
—De entre todos los árboles —dijo esbozando una sonrisa con sus elegantes labios—, el sauce es el que más se mueve según los deseos del viento.
La posición de las estrellas me indicaba que habían pasado cinco horas. Pero parecía que no hubiera transcurrido el tiempo cuando llegamos al Remo de Roble, la posada de Imre donde se alojaba Denna. En la puerta hubo un momento que duró una hora, durante el cual me planteé besarla. Había estado tentado de hacerlo una docena de veces en el camino, mientras hablábamos: cuando nos detuvimos en el Puente de Piedra para contemplar el río, iluminado por la luna; bajo un tilo de uno de los parques de Imre...
En esos momentos había sentido que surgía una tensión entre nosotros, algo casi tangible. Denna esbozaba su misteriosa sonrisa y me miraba sin mirarme, con la cabeza ligeramente ladeada; y me rondaba la sospecha de que debía de estar esperando que yo hiciera... algo. ¿Rodearla con el brazo? ¿Besarla? ¿Cómo iba a saberlo? ¿Cómo podía estar seguro?
No podía. Así que resistí la atracción. No quería dar demasiado por hecho; no quería ofenderla ni ponerme en ridículo. Es más, la advertencia de Deoch me había hecho dudar. Quizá lo que yo sentía no fuera más que el encanto natural de Denna, su carisma.
Como todos los chicos de mi edad, yo era un idiota en materia de mujeres. Lo que me diferenciaba de los demás era que yo era dolorosamente consciente de mi ignorancia, mientras que otros, como Simmon, iban dando tumbos, poniéndose en ridículo con su inexperto galanteo. Me atormentaba pensar que Denna pudiera reírse de mi torpeza si le hacía una insinuación inoportuna. No hay nada que odie más que hacer las cosas mal.
Así que me despedí y la vi entrar por la puerta lateral del Remo de Roble. Respiré hondo y tuve que controlarme para no reír a carcajadas ni ponerme a bailar. Estaba impregnado de ella, del olor del viento en su cabello, del sonido de su voz, de las sombras que la luz de la luna dibujaba en su cara.
Entonces, poco a poco, fui bajando a la tierra. No había dado ni seis pasos cuando me desinflé como una vela cuando deja de soplar el viento. Mientras recorría las calles de la ciudad, pasando por delante de casas dormidas y oscuras posadas, mi estado de ánimo pasó de la euforia a la duda en lo que se tarda en respirar tres veces.
Lo había estropeado todo. Todo lo que había dicho, y que en su momento me había parecido tan inteligente, era en realidad lo peor y lo más delirante que se podía decir. Denna ya estaba en su habitación, respirando de alivio por haberse librado, por fin, de mí. Pero me había sonreído. Se había reído.
Denna no había recordado nuestro primer encuentro en el camino de Tarbean. Eso significaba que no había dejado ninguna huella en ella.
«Róbame», me había dicho.
Debí ser más atrevido y besarla. Debí ser más prudente. Había hablado en exceso. No había dicho lo suficiente.
Extracto 2
Porque siempre que Denna me veía se encendía una luz en su interior. Se levantaba de un brinco corría hacia mi y me agarraba por el brazo. Entonces, sonriente, me llevaba a su mesa y me presentaba a su último acompañante.
Acabe por conocerlos a casi todos. Ninguno era lo bastante bueno para ella, asi que yo los despreciaba y los odiaba. Ellos, a su vez, me odiaban y me temían.
Pero eramos cordiales y educados, era una especie de juego. El tipo me invitaba a sentarme, y yo le invitaba a una copa. Nos poníamos a hablar los tres, y los ojos de el iban oscureciéndose poco a poco al ver que Denna me sonreía. Su boca se estrechaba cuando oía la risa que brotaba de ella cuando yo bromeaba, contaba historias, cantaba...
Todos esos tipos reaccionaban igual, tratando de demostrar mediante pequeños gestos que Denna les pertenecía: le cogían la mano, le deban un beso, le acariciaban distraidamente un hombro.
Se aferraban a ella con denuedo. A algunos sencillamente les molestaba mi presencia, porque me consideraban un rival. Pero otros tenían un miedo y certeza soterrados en la miradas desde el principio. Sabían que Denna se marcharía, y no sabían porque. De modo que se aferraban a ella como marineros naufragos que se agarran a las rocas pese a que las olas se estrellen con ellas.
Casi sentía lastima por ellos, casi.
Asi que ellos me odiaban y ese odio brillaba en sus ojos cuando Denna no miraba. Yo me ofrecía para pagar otra ronda pero ellos insistían, y yo aceptaba con elegancia y les daba las gracias y sonreía.
``Yo la conozco desde hace mas tiempo`` decía mi sonrisa.``si, tu has estado entre sus brazos, has probado el sabor de su boca, has sentido su calor, y eso es algo que yo nunca he tenido`` Pero hay una parte de ella que es solo para mi. Tu no puedes tocarla, y cuando te deje, yo seguire estando aquí, haciéndola reir. Y mi luz brillara en ella, Yo seguire estando aquí mucho después de que haya olvidado tu nombre.
Eran muchos. Denna los atravesaba como atraviesa una pluma el papel mojado. Los dejaba, decepcionada.
La vi llorar una o dos veces. Pero no por los hombres que había perdido, ni por los hombres a los que había abandonado.
Lloraba en silencio, por ella misma, porque había algo profundamente herido en su interior. Yo ignoraba que era, ni me atrevía a preguntárselo. Me limitaba a decir lo que podía para calmar su dolor y le ayudaba a cerrar los ojos para rehuir la realidad.
A veces hablaba de Denna con Wilem y Simmon. Como eran verdaderos amigos ellos me daban consejos sensatos y me ofrecían su comprensión, mas o menos a partes iguales. La comprensión la agradecía, pero sus consejos eran inútiles, o algo peor. Me empujaban hacia la verdad, me instaban a abrirle mi corazón a Denna. A perseguirla. A escribirle poemas, a enviarle rosas.
Rosas, ellos no la conocían. Pese a que yo los odiaba, los amigos de Denna me enseñaron una lección que, de otra forma, quizá nunca hubiera aprendido.
Lo que no entiendes. Le explique a Simmon una tarde que estábamos sentados en el poste del banderín es que los hombres se enamoran continuamente de Denna ¿te imaginas lo que eso supone para ella? ¿lo tedioso que resulta? Yo soy uno de los pocos amigos que tiene. No quiero arriesgarme a perder eso. No voy a convertirme en uno mas de los cientos de pretendientes de mirada lánguida que se pasan el día persiguiéndola como un borrego enamorado.
Mira no entiendo que ves en ella- dijo Sim escogiendo sus palabras con cuidado. Ya se que es encantadora, fascinante y demás, pero parece... vacilo un momento-cruel.
Asentí
Es que lo es.
Pero ¿como? no vas a defenderla?
No. Cruel es un buen calificativo para Denna. Pero creo que cuando dices cruel, tu quieres decir otra cosa. Denna no es mala, ni retorcida, ni rencorosa. Es cruel.
martes, 17 de diciembre de 2013
Star crossed crash.
One for the money and two for the show
Im ready im ready to go.
How did you get there, I dont know.
Our time together was short, but it was the best time of my live.
Im ready im ready to go.
How did you get there, I dont know.
Our time together was short, but it was the best time of my live.
domingo, 15 de diciembre de 2013
Documental de las mosquitas.
Lo mejor que puedes hacer con las mosquitas (que son al fin y al cabo las que te chupan la sangre y no los mosquitos que no sirven para nada) es aplastarlas con la impasibilidad de quien es mejor. Una mosquita no te va a dar un beso de amor jamás, solo te picara y te picara. Luego se ira a picar a otros y en su vanidad creera haber conseguido aprender algo por haberle chupado la sangre a muchas personas. Es una perdida de tiempo tratar con mosquitas, lo se por experiencia, tienen conversaciones monotemáticas en las que siempre suena el mismo bzzz bzzz, y a veces en un culmen de la extravagancia y la originalidad llegan a hablar de ponis y mosquicornios.
Esperar que una mosquita te muestre algún tipo de consideración mas allá de la que siente por si misma y sus ganas de chupar sangres es como... esperar que un tigre te de lametazos. Ellas, es decir, las mosquitas solo saben picar sin las consideraciones morales típicas de los idiotas. Van dejando picotazos y picores en el fondo de los corazones de los tontos obsesionados con ver amores en cualquier picor. Es injusto esperar de ellas otra cosa, son mosquistas.
De las personas, puedo concluir que sus ansias de ver amores por todos sitios es lo que mas les traiciona. Estan tan ansiosos de verlos que si no lo encuentran se lo inventan, y se creen enamorar tantas veces y tan rápido que me produce una especie de ternura y tristeza. Están todos tan sólitos y necesitados. Sin embargo a la misma vez me produce cierta repugnancia la incapacidad de las personas de estar solos y conocerse a si mismos y por lo tanto de amar, porque todo amor empieza por el propio. Hablando de amores, los amores ya no se cultivan, no son como el precioso trigo de los grandes campos, sino mas como las manzanas, estaba ahí y me enamore, la coji me la comí, es decir me la follé y caí loquito o loquita de amorRR, amores y polvos tan fugaces, insípidos totalmente.
A las mosquitas esta necesidad de amor de las personas les viene de lujo, pobres tontitos y tontitas ingenuos/as. Ellas lo que quieren es picar e inchar su ego, luego se van y se creen tan poderosas, como si hubieran realizado alguna proeza trascendental de esas que cuentan los libros de historia.
Además a las mosquitas no les gusta estar solas en eso se parecen a las personas. Asi que si alguna vez te topas con una mosquita, mírala con la tierna mirada de quien ve una esencia inferior, tan atada a sus pobres instintos primarios, acariciala un poquito si quieres, dale un beso y que se largue y que no vuelva. No seas tonto, no sientas nada porque ellas no tienen sentimientos.
Esperar que una mosquita te muestre algún tipo de consideración mas allá de la que siente por si misma y sus ganas de chupar sangres es como... esperar que un tigre te de lametazos. Ellas, es decir, las mosquitas solo saben picar sin las consideraciones morales típicas de los idiotas. Van dejando picotazos y picores en el fondo de los corazones de los tontos obsesionados con ver amores en cualquier picor. Es injusto esperar de ellas otra cosa, son mosquistas.
De las personas, puedo concluir que sus ansias de ver amores por todos sitios es lo que mas les traiciona. Estan tan ansiosos de verlos que si no lo encuentran se lo inventan, y se creen enamorar tantas veces y tan rápido que me produce una especie de ternura y tristeza. Están todos tan sólitos y necesitados. Sin embargo a la misma vez me produce cierta repugnancia la incapacidad de las personas de estar solos y conocerse a si mismos y por lo tanto de amar, porque todo amor empieza por el propio. Hablando de amores, los amores ya no se cultivan, no son como el precioso trigo de los grandes campos, sino mas como las manzanas, estaba ahí y me enamore, la coji me la comí, es decir me la follé y caí loquito o loquita de amorRR, amores y polvos tan fugaces, insípidos totalmente.
A las mosquitas esta necesidad de amor de las personas les viene de lujo, pobres tontitos y tontitas ingenuos/as. Ellas lo que quieren es picar e inchar su ego, luego se van y se creen tan poderosas, como si hubieran realizado alguna proeza trascendental de esas que cuentan los libros de historia.
Además a las mosquitas no les gusta estar solas en eso se parecen a las personas. Asi que si alguna vez te topas con una mosquita, mírala con la tierna mirada de quien ve una esencia inferior, tan atada a sus pobres instintos primarios, acariciala un poquito si quieres, dale un beso y que se largue y que no vuelva. No seas tonto, no sientas nada porque ellas no tienen sentimientos.
Liberarse
Porque doy gracias al Dios que fuere por mi alma inconquistable, soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.
"Desde la noche que sobre mi se cierne, negra como su insondable abismo, agradezco a los dioses si existen por mi alma invicta. Caído en las garras de la circunstancia nadie me vio llorar ni pestañear. Bajo los golpes del destino mi cabeza ensangrentada sigue erguida. Más allá de este lugar de lágrimas e ira yacen los horrores de la sombra, pero la amenaza de los años me encuentra, y me encontrará, sin miedo. No importa cuán estrecho sea el camino, cuán cargada de castigo la sentencia. Soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma."
- William Ernest Henley (1849-1903) – Poeta inglés
Que el perdón libera el alma. Y remueve el temor. Por eso es un arma tan poderosa.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Otra vez, la misma tormenta.
Correr con la tormenta pisándote los talones, con el viento seco colándose entre los cordones. Primero a favor del viento, suave y ligero, largos movimientos que a mínima velocidad me permiten atravesar el parque, la noche silenciosa con el murmullo quedándose atrás como si me persiguieran. No hay nadie a la 1.15 de la mañana en las calles, dos noches seguidas y no ha cambiado nada, la misma ausencia de gente que son en el mundo los detalles. No hay nadie, meto la máxima velocidad y llego a la rotonda del final los muslos arden y me quedo con unas palabras que se repiten una y otra vez, huyendo de la tormenta.
Descanso, ejercito, levanto la mirada, ciudad negra, negra mar, negras nubes encima de mi negro mirar. Acabo y me enfrento al viento, primero lento, luego, rápido. Es tan cansado enfrentarse a los elementos, la diferencia de estar a favor o en contra es abismal. Como con todo lo que amas, correr con ello es mucho mas facil que enfrentarte a eso que un día pudo estar bien pero que siempre acabo mal.
Y ayer, que para mi es hoy, huía de la tormenta y mañana que también sera hoy, quiza me vuelva a enfrentar a ella y los meses pasaran y mis músculos se desgastaran y al final entraré en casa. La dejare fuera que se largue a otra tierra, y ella se largará. Las tormentas nunca esperan y por eso no se merecen a nadie que las espere, ni a nadie que las haga esperar.
Descanso, ejercito, levanto la mirada, ciudad negra, negra mar, negras nubes encima de mi negro mirar. Acabo y me enfrento al viento, primero lento, luego, rápido. Es tan cansado enfrentarse a los elementos, la diferencia de estar a favor o en contra es abismal. Como con todo lo que amas, correr con ello es mucho mas facil que enfrentarte a eso que un día pudo estar bien pero que siempre acabo mal.
Y ayer, que para mi es hoy, huía de la tormenta y mañana que también sera hoy, quiza me vuelva a enfrentar a ella y los meses pasaran y mis músculos se desgastaran y al final entraré en casa. La dejare fuera que se largue a otra tierra, y ella se largará. Las tormentas nunca esperan y por eso no se merecen a nadie que las espere, ni a nadie que las haga esperar.
Yo, no lo siento.
Hay soldados que no encuentran nunca el camino a casa,
La gente en la calle parece saber donde va,
compran coches y hablan del tiempo,
a mí no me importa qué hacías para olvidar,
Estoy tan cansada como tú, (ojala)
pienso en no sentir, desaparecer.
Soy yo, yéndome otra vez
Soy yo, lo hago sin querer, lo hago sin querer.
jueves, 5 de diciembre de 2013
A su salud.
Ahi va un brindis por todas esas historias que no fueron mas que historias y que no serán jamás.
La noche del eclipse.
Así se alternaron las noches sin luna con las lunas sin noches, con los ojos hambrientos y su sutil broche de melancolía que se le quedo clavado en el pecho con la camiseta gris blanca desgarrada de su libertad perdida por su melancolía amada.
Así se mordía el brazo, odiando profundamente el puto deseo que le bajaba por la espalda cuando se la daba. Quizá era el incontrolable brillo de sus ojos lo que mas le delataba, o su silencio preliminar porque todos los silencios tienen algo que esconder. Quizá por eso el tenía que ser mas silencioso de lo habitual como el asesino serio y de profesión que calla antes de asesinar.
Eran las silenciosas conversaciones, susurro de las personas que se le acercaban buscando confianzas. Su instinto, sus labios desgastados, su cama alborotada, follada por todos lados. Eran los mordiscos, las caricias, las mentiras cordiales de manual, conservando una estúpida estética y rechazando opinar sobre la constante estupidez multitudinaria y cunado opinaba, cogiendo solas y opinando a matar o a conciliar. Los que opinan a dúo se creen que no tienen nada que perder porque no hay ego del resto para someter. Sin embargo, mientras los idiotas gritan banales y superficiales discursos creyendo que cambiaran el mundo, los que se mueven mejor arrinconan, acomodan al oyente y le meten el disparo en la frente. Su convicción, sus libros, su moral y la gente a solas acepta y asume, o llega a acuerdos porque no se ven asediados y esos discursos que luego gritan otros con una efervescencia increíble son los pirómanos los que los inician amablemente. Y es que quizá el fuego es en parte como la gente.
Era por lo tanto un ser social que se construía desde el individual, son los parques y los bosques y no las conversaciones las que crean tus propias ideas y tus propias opiniones. Eres tu y no el resto el que decide quien eres, porque cuando eres parecido a lo que te rodea, eres estúpido e influenciable. Por eso uno tiene que ser siempre reaccionario contra su propio mundo y revolucionario contra el que tenga cojones de meterse con su puto mundo, con quienes ama.
Que el mar cuando se une con el fuego, a veces lo ahoga, otras el fuego lo quema y la última opción es que se consuman, juntos, lentamente. Dos personas mordiéndose mutuamente, siendo libre libertad y puta melancolía siendo las estrellas y los días. Las constelaciones y los universos, los versos y los besos, la verdad y la mentira. Dos galaxias desconocidas, que se mezclan en el sexo hasta quedar inmersos y ser una desgarrada soledad, y a la vez en la que esta no habita ni remita el eterno invierno y el verano mas enfermo, con el toque de otoño y sin nada de primavera. Luna roja, sol negro todo dado la vuelta. El eclipse, el eterno eclipse de la posibilidad remota de mis labios en tu boca, de esa pequeña mota de polvo la casualidad de habernos encontrado.
Ojos glaucos negras fieras, ya no buscas, ya no esperas.
Así se mordía el brazo, odiando profundamente el puto deseo que le bajaba por la espalda cuando se la daba. Quizá era el incontrolable brillo de sus ojos lo que mas le delataba, o su silencio preliminar porque todos los silencios tienen algo que esconder. Quizá por eso el tenía que ser mas silencioso de lo habitual como el asesino serio y de profesión que calla antes de asesinar.
Eran las silenciosas conversaciones, susurro de las personas que se le acercaban buscando confianzas. Su instinto, sus labios desgastados, su cama alborotada, follada por todos lados. Eran los mordiscos, las caricias, las mentiras cordiales de manual, conservando una estúpida estética y rechazando opinar sobre la constante estupidez multitudinaria y cunado opinaba, cogiendo solas y opinando a matar o a conciliar. Los que opinan a dúo se creen que no tienen nada que perder porque no hay ego del resto para someter. Sin embargo, mientras los idiotas gritan banales y superficiales discursos creyendo que cambiaran el mundo, los que se mueven mejor arrinconan, acomodan al oyente y le meten el disparo en la frente. Su convicción, sus libros, su moral y la gente a solas acepta y asume, o llega a acuerdos porque no se ven asediados y esos discursos que luego gritan otros con una efervescencia increíble son los pirómanos los que los inician amablemente. Y es que quizá el fuego es en parte como la gente.
Era por lo tanto un ser social que se construía desde el individual, son los parques y los bosques y no las conversaciones las que crean tus propias ideas y tus propias opiniones. Eres tu y no el resto el que decide quien eres, porque cuando eres parecido a lo que te rodea, eres estúpido e influenciable. Por eso uno tiene que ser siempre reaccionario contra su propio mundo y revolucionario contra el que tenga cojones de meterse con su puto mundo, con quienes ama.
Que el mar cuando se une con el fuego, a veces lo ahoga, otras el fuego lo quema y la última opción es que se consuman, juntos, lentamente. Dos personas mordiéndose mutuamente, siendo libre libertad y puta melancolía siendo las estrellas y los días. Las constelaciones y los universos, los versos y los besos, la verdad y la mentira. Dos galaxias desconocidas, que se mezclan en el sexo hasta quedar inmersos y ser una desgarrada soledad, y a la vez en la que esta no habita ni remita el eterno invierno y el verano mas enfermo, con el toque de otoño y sin nada de primavera. Luna roja, sol negro todo dado la vuelta. El eclipse, el eterno eclipse de la posibilidad remota de mis labios en tu boca, de esa pequeña mota de polvo la casualidad de habernos encontrado.
Ojos glaucos negras fieras, ya no buscas, ya no esperas.
lunes, 2 de diciembre de 2013
Deja que me vaya.
En la infinita vanidad de las personas nos creemos siempre la respuesta perfecta, pero después de cada bofetaba y cada alternativa me recuerdas que el resto del mundo si existe y que yo no. Nunca me elegiste, ni yo tampoco, es la triste y dolorosísima realidad del mundo y no hay cambio de opinión o siguiente escrito que vaya a solucionar esto. No nos hemos jugado nada y seguramente no lo hagamos. Yo por dolor y tristeza y enfado tu porque ya te habrás dado cuenta de quien soy. Se que me quieres en la equidistancia constante para creerte que puedes tenerme como perfecta alternativa, porque hace tiempo que se que para ti siempre hay alguna alternativa de las cuales he procurado dejarte claro que yo jamás sere parte. A diferencia de mi eres incapaz de regalar algo de soledad, algo de ti, ya que solo eres el precioso reflejo del espejo de los que estuvieron ahí.
Yo no concibo el amor asi, para mi el amor es algo de seguridad en la infinita inseguridad de todo esto y nunca tendre eso de ti, nunca aceptaras que sea un apoyo y no una base, yo nunca pretendere cambiar a nadie sino acompañar. Porque mas o menos te conozco, porque al lado tuyo no tengo nada sino dolor, heridas, dudas y cansancio. Para mi el amor son dos personas sin pasado, dos y no una. Sería tan pesado tener que llevar toda la carga personal de yo y yo reflejado en ti que desisto. Si pretendes no ser nadie y actuar y opinar como otros, porfavor que nunca ocurra.
Por eso me fijo curioso, en los que te han formado ya que tu no existes sola, y me entristezco porque suelen ser por lo poco que he visto todo lo contrario a lo que soy yo y sonrío consolado por el estúpido sueño de al menos haberte creado algo, desde lejos como si fueras reaccionaria a mi manera de ser, a quien y lo que soy. Tan idealista y crédulo soy a veces que hasta me creí que he tenido algún efecto sobre ti.
¿En otro mundo en el que no te hubiera cojido jóven y despistada no nos hubieramos odiado? Cada cual mas reaccionario al contrario que el anterior, como idiota que ignora lo que no conoce. Yo tuve suerte y te conocí, y ya no te conozco ni quiero saber que es lo que haces, ni que es lo que dices porque no va a cambiar nada, porque solo me recuerdas que no me elegiste a mi. Una y otra vez, a través de los años te encargas de enseñarme que nunca podremos ser. Y yo me encargo de intentar olvidarlo, en un doloroso bucle sin salida.
Yo solo quiero alguien que me quiera, y aunque te quiera no te quiero a ti, porque nunca me querrás y por eso yo nunca demostrare lo infinitamente perdido de amor que en algún momento de mi vida llegue a estar por ti.
Yo no concibo el amor asi, para mi el amor es algo de seguridad en la infinita inseguridad de todo esto y nunca tendre eso de ti, nunca aceptaras que sea un apoyo y no una base, yo nunca pretendere cambiar a nadie sino acompañar. Porque mas o menos te conozco, porque al lado tuyo no tengo nada sino dolor, heridas, dudas y cansancio. Para mi el amor son dos personas sin pasado, dos y no una. Sería tan pesado tener que llevar toda la carga personal de yo y yo reflejado en ti que desisto. Si pretendes no ser nadie y actuar y opinar como otros, porfavor que nunca ocurra.
Por eso me fijo curioso, en los que te han formado ya que tu no existes sola, y me entristezco porque suelen ser por lo poco que he visto todo lo contrario a lo que soy yo y sonrío consolado por el estúpido sueño de al menos haberte creado algo, desde lejos como si fueras reaccionaria a mi manera de ser, a quien y lo que soy. Tan idealista y crédulo soy a veces que hasta me creí que he tenido algún efecto sobre ti.
¿En otro mundo en el que no te hubiera cojido jóven y despistada no nos hubieramos odiado? Cada cual mas reaccionario al contrario que el anterior, como idiota que ignora lo que no conoce. Yo tuve suerte y te conocí, y ya no te conozco ni quiero saber que es lo que haces, ni que es lo que dices porque no va a cambiar nada, porque solo me recuerdas que no me elegiste a mi. Una y otra vez, a través de los años te encargas de enseñarme que nunca podremos ser. Y yo me encargo de intentar olvidarlo, en un doloroso bucle sin salida.
Yo solo quiero alguien que me quiera, y aunque te quiera no te quiero a ti, porque nunca me querrás y por eso yo nunca demostrare lo infinitamente perdido de amor que en algún momento de mi vida llegue a estar por ti.
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