martes, 24 de diciembre de 2013

El nombre del viento

Extracto 1

Esa noche, estaba tocando el laúd en Anker's cuando vi a una hermosa muchacha sentada ante una de las abarrotadas mesas del fondo. Se parecía mucho a Denna, pero yo sabía que eso no era más que una fantasía mía. Tenía tantas ganas de verla que llevaba días creyendo hacerlo.

Volvía mirar y...

Era Denna. Estaba coreando «Las hijas del arriero» con la mitad de los clientes de Anker's. Vio que la estaba mirando y me saludó con la mano.

Su aparición me pilló tan por sorpresa que me olvidé por completo de lo que estaban haciendo mis dedos y la canción se vino abajo. Todos rieron, y yo hice una solemne reverencia para disimular mi bochorno. El público me aplaudió y me abucheó a partes iguales durante cerca de un minuto, disfrutando de mi fracaso más de lo que había disfrutado de la canción en sí. Así somos los humanos.

Esperé a que el público dejara de prestarme atención y me dirigí, con aire despreocupado, a donde estaba sentada Denna.

Ella se levantó para saludarme.

—Me enteré de que tocabas en esta orilla del río —dijo—. Pero no sé cómo conservas el empleo si te vienes abajo cada vez que una chica te guiña el ojo.

Me ruboricé un poco.

—No me pasa muy a menudo.

—¿Que te guiñen el ojo o que te vengas abajo?

No se me ocurrió qué contestar, y noté que me ponía aún más rojo. Denna rió yme preguntó:

—¿Cuánto rato vas a tocar esta noche?

—No mucho —mentí. Le debía como mínimo otra hora a Anker.

El rostro de Denna se iluminó.

—Estupendo. Ven a buscarme después. Necesito a alguien con quien pasear.

Sin poder creer la suerte que había tenido, hice una reverencia.

—Como tú digas. Déjame terminar. —Fui a la barra, donde Anker y dos camareras se afanaban sirviendo bebidas.

Como Anker no me veía, lo agarré por el delantal cuando pasó a mi lado. Se paró en seco y estuvo a punto de derramar una bandeja de bebidas sobre la mesa de unos clientes.

—Por los dientes de Dios, chico. ¿Qué te pasa?

—Tengo que marcharme, Anker. Esta noche no puedo quedarme hasta la hora del cierre.

Anker puso mala cara.

—No todos los días tenemos tanta gente. Y no van a quedarse si no les cantan algo para entretenerlos.

—Tocaré una canción más. Una larga. Pero luego tengo que irme. —Lo miré con cara de desesperación—. Te juro que te compensaré.

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En mi habitación. —Moviéndome con agilidad, trepé por la pared de la taberna: pie derecho en el barril de agua de lluvia, pie izquierdo en el alféizar de la ventana, mano izquierda en el bajante de hierro... y llegué al borde del tejado del primer piso. Salté al otro lado del callejón, hasta el tejado de la panadería, y sonreí cuando Denna dio un grito ahogado. Di unos pasos y volví a saltar el callejón hasta el tejado del segundo piso de Anker's. Hice saltar el cierre de mi ventana, entré por ella y dejé el laúd encima de la cama; luego volví sobre mis pasos.

—¿Te cobra Anker un penique cada vez que subes por la escalera? —me preguntó Denna cuando ya me acercaba al suelo.

Salté del barril de agua y me limpié las manos en los pantalones.

—Entro y salgo a horas intempestivas —expliqué con naturalidad cuando llegué a su lado—. Bueno, a ver si lo he entendido bien. ¿Buscas a un caballero para que te lleve a pasear esta noche?

Denna compuso una sonrisa y me miró de soslayo.

—Sí, más o menos.

—Qué mala suerte —dije con un suspiro—. Porque yo no soy ningún caballero.

La sonrisa de Denna se ensanchó.

—Pues a mí sí me lo pareces.

—Me gustaría parecerlo más.

—Pues llévame a pasear.

—Eso me complacería enormemente. Sin embargo... —Reduje un poco el paso  más seria—. ¿Qué pasa con Sovoy?

—¿Ha reivindicado sus derechos sobre mí? —dijo ella borrando la sonrisa de sus labios.

—No, no es eso. Pero existen ciertos protocolos con relación a...

—¿Un acuerdo de caballeros? —preguntó ella con mordacidad.

—Más bien honor entre ladrones.

Denna me miró a los ojos.

—Kvothe —dijo, muy seria—, róbame. Hice una reverencia y un amplio ademán con el brazo.

—A sus órdenes. —Seguimos caminando; había luna, y su resplandor daba una apariciencia pálida y descolorida a las casas y las tiendas—. Por cierto, ¿cómo está Sovoy? Llevo días sin verlo.
Denna hizo un ademán para indicar que no quería pensar en él.

—Yo también. Y no será porque él no lo haya intentado. Me animé un poco.

—¿En serio? Denna puso los ojos en blanco.

—¡Rosas! Todos los hombres sacáis vuestro romanticismo del mismo libro trillado. Las flores son bonitas; no niego que sean un buen obsequio para una dama. Pero es que siempre regaláis rosas, siempre rojas, y siempre perfectas. De invernadero, si podéis conseguirlas. —Se volvió y me miró—. ¿Tú piensas en rosas cuando me ves?
La prudencia me hizo sonreír y negar con la cabeza.

—A ver, si no son rosas, ¿qué ves cuando me miras?
Estaba atrapado. La miré de arriba abajo una vez, como si intentara decidirme.

—Bueno... —dije—, no deberías ser tan dura con los hombres. Verás, escoger una flor que le vaya bien a una chica no es tan fácil como parece. Denna me escuchaba atentamente.

—El problema es que cuando le regalas flores a una chica, tu elección puede interpretarse de diferentes maneras. Un hombre podría regalarte una rosa porque te considera hermosa, o porque le gustan su color, su forma o su suavidad, que le recuerdan a tus labios. Las rosas son caras; al elegirlas, quizá quiera demostrarte que eres valiosa para él.

—Has defendido bien a las rosas —dijo Denna—. Pero resulta que a mí no me gustan. Elige otra flor que me pegue.

—Pero ¿qué pega y qué no pega? Cuando un hombre te regala una rosa, lo que tú ves quizá no sea lo que él pretende hacerte ver. Tal vez te imaginas que te ve como algo delicado y frágil. Quizá no te guste un pretendiente que te considera muy dulce y nada más. Quizá el tallo tenga espinas, y deduzcas que él piensa que podrías rechazar una mano demasiado rápida. Pero si corta las espinas, quizá pienses que no le gustan las mujeres que saben defenderse ellas solas. Las cosas pueden interpretarse de muchas formas —concluí

—. ¿Qué debe hacer un hombre prudente?
Denna me miró de reojo.

—Si ese hombre fueras tú, supongo que tejería palabras inteligentes y confiaría en que la pregunta quedara olvidada. —Ladeó la cabeza—. Pero no va a quedar olvidada. ¿Qué flor escogerías para mí?

—Está bien, déjame pensar. —Me volví y la miré; luego miré hacia otro lado—. Vamos a hacer una lista. Quizá diente de león: es radiante, y tú eres radiante. Pero el diente de león es una flor muy corriente, y tú no eres una persona corriente. De las rosas ya hemos hablado, y las hemos descartado. ¿Belladona? No. ¿Ortiga? Quizá...
Denna hizo como si se enfadara y me sacó la lengua.
Me di unos golpecitos en los labios, fingiendo cavilar.

—Tienes razón, solo te pega por la lengua.
Dio un resoplido y se cruzó de brazos.

—¡Avena loca! —exclamé, y Denna soltó una carcajada—. Es salvaje, y eso encaja contigo, pero es una flor pequeña y tímida. Por esa y por otras... —carraspeé— razones más obvias, creo que descartaremos también la avena loca.

—Una lástima —dijo Denna.

—La margarita también es bonita —proseguí sin dejar que Denna me distrajera—. Alta y esbelta, y crece en los márgenes de los caminos. Una flor sencilla, no demasiado delicada. La margarita es independiente. Creo que te pega... Pero continuemos. ¿Lirio? Demasiado llamativo. Cardo: demasiado distante. Violeta: demasiado escueta. ¿Trilio? Hmmm, podría ser. Una flor bonita. No se deja cultivar. La textura de los pétalos... —realicé el movimiento más atrevido de mi corta vida y le acaricié suavemente el cuello con dos dedos— es lo bastante suave para estar a la altura de tu piel. Casi. Pero crece demasiado a ras del suelo.

—Has compuesto todo un ramillete —dijo ella con dulzura. Inconscientemente, se llevó una mano al cuello, al sitio donde yo la había tocado; la dejó allí un instante y luego la dejó caer.
¿Buena o mala señal? ¿Estaba borrando mi roce o reteniéndolo? La incertidumbre se apoderó de mí y decidí no correr más riesgos. Me paré y dije:

—Flor de selas.
Denna se paró también y se volvió para mirarme.

—¿Tanto pensar y eliges una flor que no conozco? ¿Qué es una flor de selas? ¿Por qué?

—Es una planta trepadora, fuerte, que da flores de color rojo intenso. Las hojas son oscuras y delicadas. Crecen mejor en sitios umbríos, pero la flor capta los pocos rayos de sol para abrirse. —La miré—. Te pega. En ti también hay sombras y luz. La selas crece en los bosques, y no se ven muchas, porque solo la gente muy hábil sabe cuidarla sin hacerle daño. Tiene una fragancia maravillosa. Muchos la buscan, pero cuesta encontrarla. —Hice una pausa y escudriñé el rostro de Denna—. Sí. Ya que estoy obligado a elegir, elijo la selas.
Denna me miró; luego apartó la vista.

—Me sobrevaloras.
Sonreí.

—¿No será que tú te infravaloras?
Denna atrapó un trozo de mi sonrisa y me lo devolvió, destellante.

—Te has acercado más antes. Margaritas: dulces y sencillas. Las margaritas son la clave para conquistar mi corazón.

—Lo recordaré. —Seguimos andando—. Y a mí, ¿qué flor me regalarías? —le pregunté con la intención de pillarla desprevenida.

—Una flor de sauce —contestó ella sin vacilar ni un segundo.
Cavilé un buen rato.
¿Los sauces dan flores?
Denna miró hacia arriba y hacia un lado, pensando.

—Me parece que no.

—Entonces, es un regalo muy raro —dije riendo—. ¿Por qué una flor de sauce?

—Porque me recuerdas a un sauce —respondió ella con naturalidad—. Fuerte, bien enraizado y oculto. Te mueves con facilidad cuando llega la tormenta, pero nunca vas más lejos de donde quieres llegar.
Levanté ambas manos, como si rechazara un golpe.

—No me digas palabras tan dulces —protesté—. Lo que quieres es que ceda a tu voluntad, pero no lo conseguirás. ¡Tus halagos no son para mí más que viento!
Denna se quedó mirándome, como si quisiera asegurarse de que había terminado mi diatriba.

—De entre todos los árboles —dijo esbozando una sonrisa con sus elegantes labios—, el sauce es el que más se mueve según los deseos del viento.

La posición de las estrellas me indicaba que habían pasado cinco horas. Pero parecía que no hubiera transcurrido el tiempo cuando llegamos al Remo de Roble, la posada de Imre donde se alojaba Denna. En la puerta hubo un momento que duró una hora, durante el cual me planteé besarla. Había estado tentado de hacerlo una docena de veces en el camino, mientras hablábamos: cuando nos detuvimos en el Puente de Piedra para contemplar el río, iluminado por la luna; bajo un tilo de uno de los parques de Imre...

En esos momentos había sentido que surgía una tensión entre nosotros, algo casi tangible. Denna esbozaba su misteriosa sonrisa y me miraba sin mirarme, con la cabeza ligeramente ladeada; y me rondaba la sospecha de que debía de estar esperando que yo hiciera... algo. ¿Rodearla con el brazo? ¿Besarla? ¿Cómo iba a saberlo? ¿Cómo podía estar seguro?

No podía. Así que resistí la atracción. No quería dar demasiado por hecho; no quería ofenderla ni ponerme en ridículo. Es más, la advertencia de Deoch me había hecho dudar. Quizá lo que yo sentía no fuera más que el encanto natural de Denna, su carisma.

Como todos los chicos de mi edad, yo era un idiota en materia de mujeres. Lo que me diferenciaba de los demás era que yo era dolorosamente consciente de mi ignorancia, mientras que otros, como Simmon, iban dando tumbos, poniéndose en ridículo con su inexperto galanteo. Me atormentaba pensar que Denna pudiera reírse de mi torpeza si le hacía una insinuación inoportuna. No hay nada que odie más que hacer las cosas mal.

Así que me despedí y la vi entrar por la puerta lateral del Remo de Roble. Respiré hondo y tuve que controlarme para no reír a carcajadas ni ponerme a bailar. Estaba impregnado de ella, del olor del viento en su cabello, del sonido de su voz, de las sombras que la luz de la luna dibujaba en su cara.

Entonces, poco a poco, fui bajando a la tierra. No había dado ni seis pasos cuando me desinflé como una vela cuando deja de soplar el viento. Mientras recorría las calles de la ciudad, pasando por delante de casas dormidas y oscuras posadas, mi estado de ánimo pasó de la euforia a la duda en lo que se tarda en respirar tres veces.
Lo había estropeado todo. Todo lo que había dicho, y que en su momento me había parecido tan inteligente, era en realidad lo peor y lo más delirante que se podía decir. Denna ya estaba en su habitación, respirando de alivio por haberse librado, por fin, de mí. Pero me había sonreído. Se había reído.
Denna no había recordado nuestro primer encuentro en el camino de Tarbean. Eso significaba que no había dejado ninguna huella en ella.
«Róbame», me había dicho.
Debí ser más atrevido y besarla. Debí ser más prudente. Había hablado en exceso. No había dicho lo suficiente.


Extracto 2

Porque siempre que Denna me veía se encendía una luz en su interior. Se levantaba de un brinco corría hacia mi y me agarraba por el brazo. Entonces, sonriente, me llevaba a su mesa y me presentaba a su último acompañante.

   Acabe por conocerlos a casi todos. Ninguno era lo bastante bueno para ella, asi que yo los despreciaba y los odiaba. Ellos, a su vez, me odiaban y me temían.
   Pero eramos cordiales y educados, era una especie de juego. El tipo me invitaba a sentarme, y yo le invitaba a una copa. Nos poníamos a hablar los tres, y los ojos de el iban oscureciéndose poco a poco al ver que Denna me sonreía. Su boca se estrechaba cuando oía la risa que brotaba de ella cuando yo bromeaba, contaba historias, cantaba...

    Todos esos tipos reaccionaban igual, tratando de demostrar mediante pequeños gestos que Denna les pertenecía: le cogían la mano, le deban un beso, le acariciaban distraidamente un hombro.

   Se aferraban a ella con denuedo. A algunos sencillamente les molestaba mi presencia, porque me consideraban un rival. Pero otros tenían un miedo y certeza soterrados en la miradas desde el principio. Sabían que Denna se marcharía, y no sabían porque. De modo que se aferraban a ella como marineros naufragos que se agarran a las rocas pese a que las olas se estrellen con ellas.
 Casi sentía lastima por ellos, casi.

Asi que ellos me odiaban y ese odio brillaba en sus ojos cuando Denna no miraba. Yo me ofrecía para pagar otra ronda pero ellos insistían, y yo aceptaba con elegancia y les daba las gracias y sonreía.

``Yo la conozco desde hace mas tiempo`` decía mi sonrisa.``si, tu has estado entre sus brazos, has probado el sabor de su boca, has sentido su calor, y eso es algo que yo nunca he tenido`` Pero hay una parte de ella que es solo para mi. Tu no puedes tocarla, y cuando te deje, yo seguire estando aquí, haciéndola reir. Y mi luz brillara en ella, Yo seguire estando aquí mucho después de que haya olvidado tu nombre.

Eran muchos. Denna los atravesaba como atraviesa una pluma el papel mojado. Los dejaba, decepcionada.

La vi llorar una o dos veces. Pero no por los hombres que había perdido, ni por los hombres a los que había abandonado.

Lloraba en silencio, por ella misma, porque había algo profundamente herido en su interior. Yo ignoraba que era, ni me atrevía a preguntárselo. Me limitaba a decir lo que podía para calmar su dolor y le ayudaba a cerrar los ojos para rehuir la realidad.

A veces hablaba de Denna con Wilem y Simmon. Como eran verdaderos amigos ellos me daban consejos sensatos y me ofrecían su comprensión, mas o menos a partes iguales. La comprensión la agradecía, pero sus consejos eran inútiles, o algo peor. Me empujaban hacia la verdad, me instaban a abrirle mi corazón a Denna. A perseguirla. A escribirle poemas, a enviarle rosas.

Rosas, ellos no la conocían. Pese a que yo los odiaba, los amigos de Denna me enseñaron una lección que, de otra forma, quizá nunca hubiera aprendido.

Lo que no entiendes. Le explique a Simmon una tarde que estábamos sentados en el poste del banderín es que los hombres se enamoran continuamente de Denna ¿te imaginas lo que eso supone para ella? ¿lo tedioso que resulta?  Yo soy uno de los pocos amigos que tiene. No quiero arriesgarme a perder eso. No voy a convertirme en uno mas de los cientos de pretendientes de mirada lánguida que se pasan el día persiguiéndola como un borrego enamorado.

Mira no entiendo que ves en ella- dijo Sim escogiendo sus palabras con cuidado. Ya se que es encantadora, fascinante y demás, pero parece... vacilo un momento-cruel.

Asentí

Es que lo es.

Pero ¿como? no vas a defenderla?


No. Cruel es un buen calificativo para Denna. Pero creo que cuando dices cruel, tu quieres decir otra cosa. Denna no es mala, ni retorcida, ni rencorosa. Es cruel.

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