Estaba tan metido en el tema que ponía cara de poker hasta cuando estaba
solo, aun no se había dado cuenta de que lo habian desplumado, o quiza
si se había dado cuenta pero en un intento vano de búsqueda de la
integridad se negaba a aceptarlo.
Esa cara se le quedo de por vida y por las noches rememoraba cada
jugada, cada fallo, cada posibilidad, era como ese ajedrez electrónico
que siempre le ganaba. Si hubiera hecho la abertura catalana, tirando a
enroque largo quiza...
Al final siempre jugaba igual, en todos los juegos. Solo defendía,
movimientos previsibles obligando las aberturas para atacar el hueco que
se deja detrás, consideraba divertido ver la asfixia de movimientos en
el rival.
Ese es el siniestro placer de ciertos juegos, desesperar y desesperarse.
Si algo le había enseñado su padre era a controlar la desesperación lo
máximo posible. Al final después de tanta partida no había ganado ni
perdido ninguno pero el sentía que había perdido. Lo que no sabía es que
fue en el momento en el que todo se convirtio un horroroso juego en el
que perdio la partida, curiosa paradoja hay juegos a los que se pierden
por jugar.
La verdad es que nunca jugo esa partida, pero se la imaginaba tantas
veces. Pese a que le tentaba a eso nunca hubiera jugado, esperaba correr
el ajedrez a un lado y apagar la luz, pero la luz seguía encendida y la
tabla de ajedrez seguia ahí. Lo mas curioso es que a veces tenía mas
fichas y otras veces menos, como si el ajedrez le tentase y aconsejase,
una vez creyo ver el mate en un movimiento, el no movio. Es que no es un
puto juego! le gritaba a la tabla, quien esta en juego soy yo...
Sabeis que es lo mas paradojico... los juegos que no se juegan también se pierden,
por eso lo habían desplumado. Tres años antes el ajedrez se había ido
con la sombra de detrás, el tenía 88, los 89 no llegarían jamás.
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