miércoles, 8 de mayo de 2013

El ajedrez de la vida.

Estaba tan metido en el tema que ponía cara de poker hasta cuando estaba solo, aun no se había dado cuenta de que lo habian desplumado, o quiza si se había dado cuenta pero en un intento vano de búsqueda de la integridad se negaba a aceptarlo.

Esa cara se le quedo de por vida y por las noches rememoraba cada jugada, cada fallo, cada posibilidad, era como ese ajedrez electrónico que siempre le ganaba. Si hubiera hecho la abertura catalana, tirando a enroque largo quiza...

Al final siempre jugaba igual, en todos los juegos. Solo defendía, movimientos previsibles obligando las aberturas para atacar el hueco que se deja detrás, consideraba divertido ver la asfixia de movimientos en el rival.

Ese es el siniestro placer de ciertos juegos, desesperar y desesperarse. Si algo le había enseñado su padre era a controlar la desesperación lo máximo posible. Al final después de tanta partida no había ganado ni perdido ninguno pero el sentía que había perdido. Lo que no sabía es que fue en el momento en el que todo se convirtio un horroroso juego en el que perdio la partida, curiosa paradoja hay juegos a los que se pierden por jugar.


La verdad es que nunca jugo esa partida, pero se la imaginaba tantas veces. Pese a que le tentaba a eso nunca hubiera jugado, esperaba correr el ajedrez a un lado y apagar la luz, pero la luz seguía encendida y la tabla de ajedrez seguia ahí. Lo mas curioso es que a veces tenía mas fichas y otras veces menos, como si el ajedrez le tentase y aconsejase, una vez creyo ver el mate en un movimiento, el no movio. Es que no es un puto juego! le gritaba a la tabla, quien esta en juego soy yo...

Sabeis que es lo mas paradojico... los juegos que no se juegan también se pierden, por eso lo habían desplumado. Tres años antes el ajedrez se había ido con la sombra de detrás, el tenía 88, los 89 no llegarían jamás.

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